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El gran negocio de ofenderse

Feb 8, 2021

Parecen imparables los colectivos que presionan sobre los procesos de toma de decisiones de los actores e instituciones políticas en diferentes países.

Los lobbies de personas que quieren cambiar de sexo y que el Estado se haga cargo de los gastos; prostitutos/as que demandan legalidad; las feministas que quieren libertad para abortar; pedófilos que pretenden casarse con menores; parejas del mismo sexo que quieren adoptar; “compasivos” que quieren legalizar la eutanasia; los que quieren ser reconocidos como “trans-especie” (peces, aves, perros, felinos); consumidores de marihuana que piden su legalización; barrabravas que piden ayuda estatal; cazadores, coleccionistas y supremacistas blancos que piden la eliminación de cualquier tipo de restricción para la compra y tenencia de armas de fuego; explotadores que buscan la legalización del trabajo esclavo y de menores; los que quieren vivir eternamente del Estado y muchos otros, van avanzando para que los gobiernos les reconozcan derechos, libertades y beneficios.

La comunidad gay, por ejemplo, se presentó en sociedad en los ‘70 declarando poseer una sensibilidad especial (¿?) y denunciando haber sido perseguida e incomprendida históricamente por el sistema; después pidió tolerancia; más tarde exigió respeto; luego lograron modificar las leyes; ahora pretenden evangelizar a menores mediante la ESI, mientras les cierran la boca y persiguen a los que no están de acuerdo.

La agenda LGTBIQ+ comenzó con un grupo que se sintió ofendido, hasta alcanzar la categoría de mártires vocacionales. Pero en el camino de sus logros políticos y mediáticos, viene fracasando hace más de medio siglo en hallar el famoso “ADN gay” que jamás apareció; ejercieron presión sobre la Asociación Norteamericana de Psiquiatría hasta que esta retiró de sus nomencladores la calificación de “trastorno” para la homosexualidad y se aliaron con las corporaciones farmacéuticas, Hollywood y el sistema de celebridades.

En suma, todo género de búsquedas genéticas, hereditarias, hormonales, psicológicas, sociológicas, evolutivas, históricas y filosóficas, siempre detrás de lo mismo: construir argumentos liberadores de su conciencia, que les permitan afirmar: No fue mi decisión; por consiguiente, no es mi culpa. El santo grial de la justificación y la exculpación.

Pero ninguna investigación, estudio, razonamiento, teoría, hipótesis, conjetura, debate o argucia podrá modificar la genuina obra de Dios, que creó al hombre y a la mujer. No creó “géneros”. Solo dos sexos, definidos por cada célula humana y no solo por los genitales. Pura biología. Y a cada sexo le dio roles, funciones y propósitos bien claros, con las debidas instrucciones de lo que Él considera que está bien y lo que está mal. También nos regaló el libre albedrío e hicimos lo que venimos haciendo desde los tiempos de Adán. Sabemos que hay un Dios, sabemos dónde encontrar su voluntad, pero pretendemos vivir como si no lo supiéramos o no nos importara.

Gran parte del éxito de estos colectivos ha estado en la astucia de ofenderse primero. De victimizarse e ir creando una conciencia culpable en el prójimo, lo que, sumado a la hipocresía moral, la ignorancia general de las escrituras o falacias como que “algunos ya son así de nacimiento o de chiquitos, no eligen ser gays o lesbianas”, hacen perder de vista el tema central: que la homosexualidad, del lado que se mire, es contraria a la voluntad de Dios. Punto.

La homosexualidad atenta contra los principios y funciones del matrimonio, creado por Dios para permitir la formación de la familia, fundamento de la civilización. Destruida la familia, desnaturalizada su esencia, cae el principio moral de su existencia, que cohesiona y equilibra cualquier sociedad. Lo que comenzó con la explosión de los divorcios, encuentra hoy sus prácticas más adulteradas en casamientos entre personas del mismo sexo, el alquiler de vientres y de esperma, las fecundaciones asistidas, la adopción homo-parental y demás.

Eso sí, la nueva “diversidad familiar” garantiza algunas cosas a los niños: no verán a su mamá y a su papá juntos; podrá tener dos mamás o dos papás; los roles de sus padres podrán ser intercambiables; papá puede vestirse y actuar como mujer y mamá puede vestirse y actuar como hombre, según vayan auto-percibiéndose; papá podría tener senos y disfrutar del día femenino en su trabajo; acompañarán a sus padres/madres a las celebraciones de orgullo gay; encontrarán que su curiosidad recibe respuestas muy confusas y podrán ser vestido de nena o varoncito, indistintamente. Y como si lo anterior no bastara, en varios países europeos y Canadá, comenzaron los lobbies para que se autorice el matrimonio con menores y con animales. Sí, leyó bien.

Sin embargo, para las Asociaciones Nacionales de Psicología, de Psiquiatría, de Trabajadores Sociales y de Pediatría de los EE.UU., todo lo anterior es normal. En la última década se han presentado como amicus curiae (1) ante diversas instancias judiciales, coincidiendo en que, si se consideran factores emocionales, psicosociales y conductuales de los menores, las parejas gay son más “eficientes” que las heterosexuales para criar niños. Sí, volvió a leer bien.

Lo concreto es que esta ideología, ha ido consiguiendo espacios políticos y de opinión, cargos públicos mediante cupos y prioridades, protagonismo en el mundo del espectáculo y en el arte, financiamiento, subvenciones, exenciones impositivas, leyes sociales y todo tipo de ventajas que son usadas para prevalecer sobre cualquier opinión o acción contraria, al punto de terminar convertidos en ofensores, perseguidores y maltratadores de los mismos que, supuestamente, los ofendían, perseguían y maltrataban.

Los colectivos gay y feministas han demostrado su intolerancia y agresividad, especialmente, con el cristianismo, atacando a pastores, creyentes y templos en todo el mundo. Han sido violentos con los mansos que los llaman con amor al arrepentimiento, basados –no en criterios personales- sino en principios morales contenidos en el libro sagrado. Se han ensañado con los que no devuelven los golpes, mientras –por ejemplo- pasan por todo lo que provenga del islamismo, el judaísmo o de los supremacistas blancos. Con ellos no se meten.

Los que hacen lo que quieren, mandan a callar a los que señalan su inmoralidad. Han logrado leyes para silenciar cualquier prédica confesional sobre homosexualidad y género en Europa y Estados Unidos está preparando las suyas. Pastores evangélicos han sido multados, suspendidos de sus ministerios y hasta encarcelados por ese motivo. Médicos creyentes han perdido su trabajo por negarse a abortar. Jueces creyentes han sido suspendidos por negarse a casar lesbianas. Una panadera fue demandada civil y penalmente por negarse a hacer el pastel para una boda de lesbianas. Facebook, Tweeter, Instagram y otras plataformas, cierran cuentas y eliminan contenidos críticos sobre el tema de género. Las aseguradoras dejan de dar cobertura a las iglesias protestantes del hemisferio norte, ante la catarata de demandas por discriminación e injurias de la comunidad gay.

Las sátiras, burlas y agresiones contra la figura de Jesucristo y el Evangelio no reciben advertencia ni censura alguna en las redes, la televisión o el cine. Cualquiera tiene pico libre para menoscabarlos.

Mientras, se etiqueta de odiadores (haters) homofóbicos, inquisidores, fundamentalistas, fanáticos, retrógrados, intolerantes, tóxicos y demás, a los que difunden las enseñanzas, mandatos y advertencias divinas de Génesis 19:1-11; Levítico 18:22 y 20:13; Deuteronomio Deuteronomio 22: 5 y 23:17; Jueces 19:16-24; 1 Reyes 14:24, 15:11-12 y 22:43-46; 2 Reyes 23:3-7; Romanos 1:26-27; 1 Corintios 6:9-10; Efesios 5:5; 1 Timoteo 1:9-10; Hebreos 13:4; Judas 7 y Apocalipsis 21:8 y 22:15.

Y precisamente por todo lo anterior, es que algunos necesitan una nueva interpretación de las escrituras o, si alcanza el envión, actualizarla un poco. Como lo demuestra la súbita aparición en las redes de supuestos filólogos, paleógrafos y hermeneutas, en su mayoría adolescentes, feministas y activistas de género e influencers quienes, valiéndose de argumentos como malas traducciones, revisión de contextos, visión inclusiva y otros sofismas, salen a refutar las citas bíblicas antes mencionadas, palabra por palabra. Ya lograron torcer las leyes del hombre, ahora van por las de Dios.

Sin embargo, aunque hayan conseguido persuadir a políticos, Medios de comunicación, al mundo artístico y a la iglesia apóstata, aunque hayan aumentado la escala de su influencia sobre sectores decadentes, los creyentes tenemos por cierto que no podrán mover una letra de las Sagradas Escrituras. No podrán llamar a las cosas que no son, como si fueran.

Las advertencias bíblicas sobre de cualquier tipo de distorsión, ya sea aumentando, quitando, falsificando, adulterando o malinterpretando deliberadamente su contenido, son explícitas, terribles y eternas. Claro que la mente reprobada y las pasiones vergonzosas oscurecen la Verdad (Romanos 1:18-32) e impiden ver las buenas nuevas de 1 Corintios 6:9-11 para quienes se arrepientan.

El perdón, la reconciliación y la restauración están al alcance sin distinciones, pero es tenida por poco o innecesaria.

Aunque -si consideramos que los avances LGTBIQ+ en la política, la opinión pública y la educación moviliza una especialidad del mal: el engaño y la confusión- no resulta tan difícil entender cómo han llegado hasta aquí y que vienen por todo.

C.C.

(1) Presentaciones voluntarias de terceros ajenos a un litigio, que ofrecen voluntariamente su opinión para colaborar con el tribunal en la resolución de la materia objeto del proceso.