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“No juzgue, hermano” (Primera parte)

Jul 31, 2021

Que el creyente exponga su posición doctrinal sobre cultos, enseñanzas, discipulados, prédicas, testimonios o el compartir evangélico en general, se ha vuelto tabú. Basta que un hermano plantee algún tipo de reflexión, diferencia o disenso confesional, para que reciba una andanada de: “Hermano, sencillamente no estamos puestos para ser jueces; el que siembra juicio, cosechará juicio”.

“Acá no juzgamos a nadie, hermano, menos lo que hacen otras iglesias”.

“No se debe juzgar a los hermanos ni a las congregaciones”.

“Las críticas internas debilitan la iglesia, hermano”.

“No critique, hermano, cuide el testimonio de la iglesia”.

“Lo suyo es desobediencia, hermano”.

“No juzgue en la carne, hermano”.

“La rebelión es uno de los peores pecados del creyente, hermano”.

“Solo hay odio y veneno en las críticas, hermano”.

“Jesucristo será el que juzgue, hermano”.

“La Biblia es la que juzga, hermano”.

“No es tiempo de juzgar hermano, es tiempo de construir”.

“Las críticas solo causan división, hermano”.

“Tenga cuidado con el error de Balaam y la contradicción de Coré, hermano”.

“Tenga cuidado con el espíritu de Absalón, hermano”.

Todas advertencias verídicas, recibidas o escuchadas de primera mano; tanto más si la opinión se refiere a alguna enseñanza o desenvolvimiento de líderes o el conjunto de una congregación (aunque ese será tema de una segunda parte).

Podríamos empezar por decir que todas y cada una de esas advertencias son juicios de valor que dan por sentado el error, la insolvencia y hasta la mala intención de quien se anima a decir lo que cree, entiende o siente desde una perspectiva bíblica. Pero daremos como bien intencionado cualquier juicio que llame a no juzgar, valga la paradoja.

Cuesta entender dónde nació ese reflejo coercitivo en el Cuerpo de Cristo, que se supone humilde, receptivo y ansioso de aprender, en su camino a la santidad.

La costumbre de mandar a callar el disenso sincero, respetuoso, bien intencionado y bien fundado, no puede provenir de una familia espiritual, cuyos miembros –todos pecadores e imperfectos- están destinados a crecer juntos, respaldarse en sus debilidades y carencias, exhortarse mutuamente ante el error y cubrirse en oración y testimonio santo contra las acechanzas del mundo y su príncipe, en una dinámica llamada comunión.

El silencio que no construye para el Reino

Habría que tener mucho cuidado con ciertos silencios, porque cuando son consecuencia del miedo a la reprobación, no construyen para el Reino. Por otra parte, el silencio cómplice es moneda corriente en el mundo, donde forma parte activa de cada una de sus organizaciones, públicas o privadas, que construyen poder temporal, manejándolo de acuerdo con diversos códigos.

El ejército y las fuerzas de seguridad tienen códigos de lealtad y obligación de obediencia debida a la cadena de mando. Los gobiernos, partidos políticos y sindicatos tienen el código de “hoy por mí, mañana por ti”. Los banqueros, la bolsa de valores y las corporaciones tienen sus códigos de negocios, donde muchos silencios -a su debido tiempo- darán ganancia. Las asociaciones profesionales tienen sus códigos y juramentos éticos. El fútbol y otras disciplinas deportivas tienen reglas sobre cómo manejar sus relaciones con la prensa, en todo lo que se refiera a la vida institucional, los negocios y los “vestuarios”. Las naciones y organismos internacionales tienen sus códigos de secretismo a través de la diplomacia. Ninguno de esos códigos está escrito como tal. Ninguno deja sentado “callarás”, “dejarás pasar”, “no opinarás en contra”, “no estorbarás los asuntos ajenos”, “no pedirás explicaciones” o “no expondrás al colega” ni nada parecido. El silencio es implícito y se impone por el uso. Las reglas que lo instruyen tampoco están escritas.

Los juicios de mala praxis y los juicios éticos son un buen ejemplo de cómo funcionan esos códigos de silencio en la práctica. El profesional que se anime a atestiguar contra un colega ante la justicia o en cualquier investigación oficial, pasará a ser un leproso entre los suyos.

Solo la masonería, el crimen organizado (mafia, mano negra, cosa nostra, camorra), las barras bravas, pandillas urbanas y otras agrupaciones secretas, son más claras en cuanto a los códigos de silencio: Sus tradiciones los incluyen en los votos de iniciación de sus miembros. La famosa “omertá”.

El creyente silencioso

Ahora, ¿los que estamos en el Camino de Jesucristo no fuimos acaso llamados a tomar distancia de todo lo anterior? ¿Por qué optar por el silencio, cuando estar en silencio significa convivir con el error? ¿A qué le temeremos si caminamos en la Luz y la Verdad? ¿Por qué evitar una corrección? Las correcciones son buenas y necesarias en la vida cristiana. Si alguien está equivocado, ¿no debe ser enseñado, corregido o exhortado? La vida cristiana no es un concurso de egos; es el cultivo de la humildad y el sometimiento mutuo.

Todos los creyentes somos imperfectos, carentes, pobres en espíritu. El único ser irreprochable que haya transitado la tierra fue nuestro Señor Jesucristo. El único que no pecó ni habló de más ni calló lo que debía decir. Todo el resto, especialmente el que suscribe, es pasible de consejos, aclaraciones, correcciones, revisiones, lecciones, exhortos, amonestaciones y llamados a la reflexión o al orden. Para eso estamos, para ayudarnos a crecer en la Verdad, no para preservar nuestra sensibilidad carnal, nuestros “territorios” o cualquier pretensión de sabiduría.

Pero nada de esto es posible dentro del régimen de “no juzgue, hermano”.

Discernir, valorar, juzgar

Evangelio tiene mandatos claros para la iglesia de Cristo en este tema: 1 Juan 4:1 – “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus, si proceden de Dios; porque muchos falsos profetas han salido al mundo”.

1 Corintios 11:19 – “Porque también debe haber divisiones entre vosotros, para que los aprobados se hagan manifiestos entre vosotros”

Hebreos 3: 12-14 – “Mirad pues hermanos, no sea que acaso haya en alguno de vosotros un corazón malo de incredulidad como para apartarse del Dios vivo. Antes bien, exhortaos los unos a los otros cada día, en tanto se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque hemos llegado a ser partícipes del Mesías con tal que retengamos firme hasta el fin el fundamento”

Hebreos 5:14 – “…pero el alimento sólido es de los perfectos, de los que por la práctica, tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”.

Hebreos 12: 4-8 – “… pues todavía no habéis resistido hasta derramar sangre combatiendo contra el pecado; y habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os habla, diciendo: Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni desmayes cuando seas reprendido por Él. Porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Permaneced bajo la disciplina, pues Dios os está tratando como a hijos; porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina? Pero si quedáis sin disciplina, de la cual todos han llegado a ser partícipes, entonces sois bastardos y no hijos”

Filipenses 1:9-10 – “Y esto oro: que vuestro amor abunde aún más y más en pleno conocimiento y en todo discernimiento, para que sepáis discernir lo mejor; a fin de que seáis sinceros e irreprochables hasta el día del Mesías”.

Romanos 12:2 – “No os adaptéis al mundo, sino sed transformados por la renovación de la mente, para que comprobéis cuál es la voluntad de Dios: Lo bueno, lo aceptable y lo perfecto”.

2 Pedro 3: 17 – “Por tanto, amados, sabiendo esto de antemano, estad en guardia, no sea que arrastrados por el error de hombres libertinos, caigáis de vuestra firmeza”.

1 Tesalonicenses 5:14 “Hermanos, también os exhortamos para que amonestéis a los desordenados, animéis a los desanimados, seáis apoyo de los débiles, pacientes con todos”.

Según estos versículos (y muchos más), el término discernir, aparte de significar comprender, distinguir o diferenciar, también supone valorar y apreciar, sinónimos de juzgar y/o enjuiciar.

El discernimiento es la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, por tanto, emite juicio. Discernir es decir “juzguen por ustedes mismos”; pero responsablemente, en Espíritu y en Verdad, por supuesto.

Todos nos equivocamos

La Biblia enseña con elocuencia que estamos obligados a decirle al hermano que está equivocado, si sus doctrinas o conductas no son conforme con la voluntad divina. Y en ese orden somos todos iguales, no hay intocables, no hay indiscutibles, no hay vacas sagradas en las congregaciones, porque todos tenemos más errores que aciertos. Si Dios no hace acepción de personas (Hechos 10:34, Romanos 2:11, Gálatas 2:6 y Efesios 6:9), ¿por qué la hacemos nosotros? ¿De dónde salió esa idea?

Jesucristo amaba a Pedro, pero no dudó en decirle “quítate de delante de mí, Satanás” (Mateo 16:23). Tampoco dudó en predecirle que esa misma noche lo negaría tres veces (Mateo 26:34). En ambos casos, lo hizo frente a los demás discípulos.

Jesucristo ama a las siete iglesias del libro de Apocalipsis, pero no duda en exponer sus graves fallas y las llama al arrepentimiento (Apocalipsis 2 y 3).

Pablo amaba al anciano Pedro, pero lo reprendió duramente en Antioquía por “no andar conforme a la verdad del Evangelio” (Gálatas 2:11-14).

Pablo amaba a los corintios, pero dedicó su extensa primera carta a amonestarlos y llamarlos al orden por su proceder inmaduro e insensato.

Pablo instruyó a Timoteo para que aquellos ancianos y ovejas que persistieran en el pecado, fueran reprendidos en presencia de todos, para que los demás tengan temor de pecar. No enseñó a “no juzgar”, sino todo lo contrario (1 Timoteo 5:19-20).

La Biblia pone al hombre en su lugar. En los inicios de la iglesia no había creyentes tan delicados que necesitaban que no se los enfrente al error por temor a ofender su sensibilidad. Nuestro compromiso primero es con la Verdad; solo Jesucristo es la Verdad y toda Verdad es revelada en La Biblia.

Juzgar con sano juicio

Por todo lo anterior, podemos considerar que “no juzguéis, para que no seáis juzgados” de Mateo 7:1, es uno de los versículos peor interpretado y aplicado de la Biblia.

Se nos enseña que cada versículo de la Escritura debe ser interpretado según su contexto, si buscamos entender correctamente su significado. Por consiguiente, en los versículos 2 al 5 del mismo capítulo, es evidente que la enseñanza se refiere al juicio hipócrita y malintencionado. El hermano que tiene una viga en su propio ojo, no debería juzgar al que tiene una paja en el suyo. El precepto es claro: Júzguese primero usted y verá si está en condiciones de juzgar a su hermano.

Los que se empecinan en desalentar cualquier tipo de juicio, deberían leer el capítulo entero. ¿Cómo podríamos identificar a los falsos profetas a los que se refería Jesús si no los juzgamos de acuerdo con la Palabra de Dios? ¿Cómo podríamos prevenir a las ovejas sobre lobos rapaces sin identificarlos y exponerlos?

“No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” dice Juan 7:24. El cristiano fiel debe discernir o juzgar de acuerdo con la ley de Dios y no de acuerdo con emociones, caprichos, prejuicios ni rivalidades.

Pablo dice en Romanos 16:17: “Os ruego, hermanos, que pongáis atención a los que causan disensiones y tropiezos contra la doctrina que vosotros aprendisteis, y apartaos de ellos”. ¿Cómo pondríamos en práctica esta recomendación, cuando el que quiera llamar al orden es considerado fuera de orden?

Una persona que es capaz de discernir entre el bien y mal, tiene por lo menos uno de los signos de madurez espiritual. Bíblicamente, no es malo juzgar; lo malo es juzgar sin amor.

¿Las iglesias ya no se equivocan?

Consideremos la enseñanza de Apocalipsis 2 y 3, alusiva al modelo de las iglesias de los últimos tiempos. Según Jesucristo, de las siete iglesias de Asia, cinco están en serios problemas. Toleran las inmoralidades, la idolatría y las herejías, se han enfriado o han dejado su primer amor. A todas se les reclama revisar su testimonio y arrepentirse.

Es el último llamado de Cristo a las asambleas de nuestros días. A nuestra iglesia. Especialmente a aquella que se considere rica y no se percate que es “desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda” (Apocalipsis 3:17-18). Jesucristo nos describe los maravillosos regalos que nos esperan; pero insiste en el mismo llamado al arrepentimiento con el que comenzó su ministerio terrenal.

Por consiguiente: ¿Quién se atreve a sostener que la iglesia de la última generación transita irreprochable hacia el rapto; sin necesidad de revisar nada?

Desalentar el disenso tiene un precio. ¿Se ha preguntado por qué en algunas congregaciones se ensañan contra los que exhortan contra errores doctrinales? ¿Por qué suponer que los que se animan a juzgar no han orado antes y no han examinado Las Escrituras? ¿Por qué descartar que el propio Espíritu Santo pudiera estar movilizando esas opiniones desde el amor y para bien del Cuerpo? ¿Debemos dar por sentado que el hermano que trae sus reflexiones ante nosotros no tiene temor de Dios ni celo santo? ¿No será por eso que ya nadie quiere ni tocar ciertos temas y se omiten libros completos del canon?

Observación, crítica y queja no son lo mismo. No son sinónimos, semántica ni espiritualmente hablando. La observación escudriña y evalúa; la crítica emite opinión y fundamenta y la queja plantea solo descontento, disconformidad o lamentación.

Si tenemos problemas de doctrina o de conducta, ¿a qué le tememos enfrentando y resolviendo las observaciones o las críticas en el amor de nuestro Señor, con toda paciencia y doctrina? (2 Timoteo 4:2). ¿Por qué cada vez que enfrentamos errores como malas enseñanzas, malas prácticas, visiones equivocadas, falsos sistemas de creencias, omisiones, contaminaciones y hasta herejías que dañan nuestro testimonio como Pueblo de Dios, alguien se declara ofendido y somos llamados a callar? Que algunos no vean un problema, no significa que no exista o que tenga que ser silenciado.

¿Será de Dios que cualquier desacuerdo doctrinal deba ser descalificado como “atrevido”, “envidioso”, “negativo”, “rebelde”, “sin llenura del Espíritu”, “sin amor” o términos aún más deshonrosos?

Muchas experiencias cristianas han sido muy bendecidas por el disenso, porque hasta un asno puede ayudarnos a revisar nuestros caminos errados (Números 22:21-33).

Una restricción casi doctrinal

El “no juzgue hermano” es una restricción casi doctrinal a no distinguir la cizaña, a ignorarla y hacer de cuenta que no existe, como consecuencia de mal entender y mal aplicar la enseñanza de Mateo 13:24-52. Una cosa es quitar la cizaña o condenarla, otra muy distinta (y muy peligrosa) es que ni siquiera la distingamos y permitamos que tanto los de adentro como los de afuera la vean como algo que convive naturalmente con el trigo.

Y no pasemos por alto que la cizaña fue sembrada por el enemigo “al dormir los hombres”. Detalle no menor de esta maravillosa enseñanza. Puede suceder que un campamento espiritual sea infiltrado cuando no vela o se encuentra dormido; pero no hay justificativo para castigar al que dé la alarma..!

Insistimos, ¿a qué le tememos? ¿No sería un sano ejercicio ser examinados regularmente de buena fe? ¿No es un acto de amor, examinar o ser examinados mediante el Evangelio?

Pedir explicaciones, demandar examen, escudriñar y/o juzgar de buena fe no implica sentenciar ni castigar, marginar o condenar a nadie. Ni siquiera implica reprobar…!

Los hijos rinden cuentas antes sus padres. Los estudiantes son examinados en sus aptitudes académicas. Los ciudadanos suelen ir ante los tribunales donde se juzga su obediencia de las leyes. El fisco examina las conductas tributarias. En todos los casos, el examinado tiene el beneficio de presunción de inocencia y puede pasar la prueba.

Sin arrepentimiento no hay restauración

Por último, se hace necesaria una reflexión especial sobre la afirmación “las críticas internas debilitan las iglesias”, a la que se le otorga categoría de regla universal, descartando –como ya dijimos- la posible buena fe de tales observaciones, sus razones bíblicas o el hecho significativo de que pueden provenir de hermanos que comparten el caminar evangélico.

¿Por qué descartar que puedan ser los errores doctrinales de las iglesias los que están debilitando sus propios testimonios? Matar al mensajero no salva ni justifica a un sistema equivocado.

Por hacer una analogía: ¿qué hubiera sido del ministerio de Pablo si sus severas cartas a los corintios, gálatas, efesios y colosenses entraban en la categoría de “crítica interna que debilitaba a la iglesia”?

¿Qué hubiera sido de Santiago si los que recibieron su durísima carta sobre el abandono de deberes cristianos la hubieran considerado “crítica interna que debilitaba a la iglesia”?

El joven Tito llevaba instrucciones de Pablo para su ministerio en Creta, donde debía “corregir lo deficiente”. Debía exhortar, reprender, amonestar, convencer, encaminar y hasta tapar alguna boca. ¿Y si los cretenses hubieran rechazado dichas recomendaciones por considerarlas “una crítica interna que los debilitaba como iglesia”?

¿Qué hubiera sido de los ministerios de John Wesley, George Whitefield, Charles Spurgeon, John Wilkerson, Leonard Ravenhill, John McArthur, Justin Peters, Juan Manuel Vaz, Itel Arroyo, Paul Washer, Voodie Baucham y tantos otros, si sus propias congregaciones hubieran considerado sus perseverantes exhortos, advertencias, amonestaciones y correcciones como “críticas internas que las debilitaban?

Ni que hablar de los profetas del Antiguo Testamento. Según esta regla, Samuel, Elías, Eliseo, Isaías, Jeremías, Oseas, Miqueas, Malaquías y demás, deben haber sido debilitadores seriales del testimonio interno de la Nación Santa.

Hoy, bajo el principio de “no juzgue, hermano”, hasta Juan el Bautista debería ser amordazado…!

Por eso es que algunos prefieren el trato del mundo, de los gobernantes, los líderes políticos y las corporaciones de negocios. Ellos no critican ni incomodan a las iglesias.

Y sí, el diablo es un gran humanista. No nos juzga, nos acepta tal cual somos. Nos encuentra aceptables en cualquier cosa que hagamos (mientras lo hagamos mal). Es indulgente con todos nuestros errores. No nos atormenta con regaños ni nos sermonea. Es pro-positivo y antropocéntrico. Invariablemente nos dice que continuemos nomás, que vamos bárbaro por la amplia supercarretera del todo vale, que lleva a la fama y el éxito. Jamás nos criticará, nos hará recapacitar o nos detendrá ante el error. No tratará de convencernos de pecado. Nos acariciará, nos divertirá, nos enseñará a desentendernos del prójimo, patrocinará nuestros egos y nos dará los gustos, mientras va levantando la temperatura en su reino eterno.

No nos dejemos engañar. La única esperanza que tenemos los que podemos equivocarnos (o sea, TODOS) es el arrepentimiento.

Pero sin exhortación en Espíritu y Verdad no hay discernimiento de pecado. Sin discernimiento de pecado no puede haber arrepentimiento. Sin arrepentimiento no puede haber restauración. Y sin restauración, bueno, usted ya sabe…

C.C.