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Otra vez el error con Estados Unidos

Ene 31, 2021

Muchos se equivocan, una y otra vez, con lo que Estados Unidos representa en diversos planos, especialmente el espiritual.

Ahora, el error vuelve a darse en el contexto de sus agitadas elecciones presidenciales, la duda sobre la veracidad de sus cifras macro-económicas positivas, el declive del dólar y los pobres resultados de su agresiva política exterior y comercial contra China y la Federación Rusa. Podría decirse que el presidente saliente perdió en todos esos frentes.

Pero no perdió solo. Se llevó con él a numerosas denominaciones protestantes de su país, que estuvieron enroladas con su campaña, su gestión y cada una de sus poco felices decisiones y actitudes como presidente y como candidato.

La actividad política y proselitista del protestantismo estadounidense alcanzó niveles de compromiso nunca antes visto con el poder temporal: participaron activamente en las dos campañas de Trump, los púlpitos bajando línea directa de acompañarlo; celebraron abiertamente la victoria de 2016; formaron gabinetes y consultoras para la presidencia y recorrieron el mundo actuando como embajadores oficiosos del gobierno en cada una de sus decisiones de política exterior, especialmente las referidas a Oriente Medio.

Cuando se supo que Trump iba contra un candidato demócrata católico, la actividad proselitista fue feroz. Impulsaron la dicotomía protestantismo vs. catolicismo desde los altares, con toda la artillería mediática con que cuentan en ese país, donde son mayoría confesional. Diferencias de dogma que nunca antes habían importado, fueron tratadas en el terreno político. Entraron mano a mano en cualquier debate público en favor del presidente y ocuparon con sus principales referentes cada palco de campaña y presentación pública durante casi un año. La agenda política ocupó grandes esfuerzos del pueblo evangélico.

Los más audaces, embistieron por decenas con “palabra profética” y “revelaciones del Espíritu” como no se había visto en la historia electoral norteamericana. Permanecen, para su vergüenza, sus fallidas predicciones de segura victoria y nuevo mandato de Trump “por voluntad de Dios” en cuanta red social se quiera chequear. Ni siquiera se han tomado el trabajo de borrarlas, pese a que algunos apostaron dinero y hasta su ministerio por la certeza de su pronóstico.

Para coronar el bochorno, después de la derrota muchas iglesias de supuesta reputación, arrojaron combustible a la escandalosa reacción del presidente, el partido Republicano y grupos supremacistas arios que, con expresiones y acciones violentas dejaron a los estadounidenses al borde de la guerra civil.

Con Joe Biden ya asumido, arrecian las expresiones -que van de preocupadas hasta hostiles- de comunicadores evangélicos que venían dedicándose a difundir Sana Doctrina y a denunciar la apostasía. Éstos coinciden en advertir las persecuciones que nos esperan con un católico a cargo de la democracia más poderosa del mundo y se lamentan por el alejamiento de Trump quien, de repente, resultó elevado a protector del Evangelio de Cristo, mandato cumplido.

En estos tiempos tan difíciles de tensión y confusión, muchos activos evangelistas con fuerte presencia en las redes, parecen haberse extraviado en el día a día y haber perdido de vista la eternidad y el Reino, las únicas causas que deberían movilizar nuestros dones, fe y compromiso.

Afirmar que los EE.UU., el mundo y, en especial, el protestantismo estarán peor con un presidente católico, equivale a también haber perdido de vista Efesios 6:12. No es Joe Biden, ni ha sido Donald Trump o cualquiera de los presidentes anteriores los verdaderos gobernantes de EE.UU. No puede ser que el premier ruso tenga más lucidez en este tema, al decir que, independientemente de quien gobierne, los Estados Unidos siempre tendrá la misma política interior y exterior. Un ateo tiene esa claridad de la que nosotros parecemos carecer.

Los números de la historia

Algunos insisten en tomar a los Estados Unidos como una referencia ideal para la democracia y la libertad de expresión, comercio y culto. Si le creemos a Hollywood, podría ser; pero jamás lo fueron.

Sus famosos “puritanos”, exterminaron a los aborígenes con balas y mantas infectadas con viruela. Los “padres fundadores” de la Nación eran, casi todos, masones. Se masacraron entre hermanos con una guerra civil por la hegemonía económica entre norte y sur. Exterminaron las tribus de las grandes llanuras centrales para desplazarse hacia el oeste a buscar oro. Le robaron el 60% del territorio a los mexicanos.

Invadieron, bombardearon y saquearon países en 73 oportunidades en menos de un siglo. Financiaron y organizaron más de 50 golpes de Estado en el mundo. Fomentaron a una veintena de dictadores genocidas.

Más del 60% de su industria, el 85% de sus inversiones bursátiles y más del 70% de sus avances en ciencia y tecnología están vinculados en forma directa o indirecta con la guerra. Es el mayor fabricante y vendedor de armas del mundo. Mantienen el principal arsenal existente de ojivas nucleares, 64 bases militares en todo el planeta y la mayor marina de guerra y fuerza aérea del mundo. Solo han tenido dos décadas sin guerra en los últimos 242 años.

Pero no solo viven para pelear, son número uno en el mundo en estadísticas de abortos, asesinos seriales, homosexualidad, consumo de estupefacientes, pornografía y prostitución; muertes por sobredosis, alcoholismo, obesidad mórbida, crímenes con armas de fuego, actividad de pandillas, población carcelaria y adicción al juego, a la televisión y a los videojuegos.

Sus valores familiares y educativos están en sintonía: son el país con más divorcios, violencia doméstica, delincuencia juvenil, bullying y violencia escolar, abuso infantil y niños desaparecidos del mundo.

La norteamérica espiritual

El 51% de los norteamericanos se reconoce como cristiano de alguna rama protestante; pero invariablemente han apoyado desde los púlpitos las guerras, invasiones y estafas de sus gobiernos. Fueron fiadores de cuanta atrocidad hayan cometido sus autoridades en materia monetaria, económica, financiera y bursátil contra su propia población y el resto del mundo. No dijeron una palabra las veces que el Estado suprimió libertades civiles por razones de “seguridad”.

El pueblo evangélico norteamericano jamás se levantó para llamar a su patria a retractarse de sus abusos. Una patria que sido peor que la orgullosa y cruel Nínive, que a la voz de un solo profeta se arrepintió de su maldad y rapiña en ayuno, luto y ceniza para no ser destruida. Desde el siglo XVII, millones de creyentes norteamericanos no han producido un solo Jonás interior que logre que el imperio se arrepienta de su maldad y rapiña.

Siempre oraron por la paz en cada conflicto, poniendo –hipócritamente- a agresores y agredidos en un mismo plano. Acusaron al comunismo, al islamismo y al terrorismo por todos los males del mundo; pero jamás llamaron al gobierno de Estados Unidos a que se abstenga de pelear o que retire sus tropas o sus banqueros de los países que agredió y/o invadió. De las iglesias salió el justificativo de que “hay momentos en los que hay que luchar por la paz”, afirmación que difícilmente pueda ser encontrada entre las enseñanzas de Jesucristo.

Estados Unidos ha sido la cuna de la mega-iglesias, del tele-evangelismo, de la doctrina de la prosperidad, del dominionismo, de la renovación apostólica, de la iglesia universal, el G12 y, ahora, del ecumenismo y la Nueva Era: los líderes de las convenciones, concilios y asociaciones Luterana, Metodista, Iglesia Reformada, Presbiteriana, Bautistas, Evangelistas, Episcopales y numerosas Pentecostales fueron a inclinarse ante los últimos dos papas católicos. Las dolorosas imágenes permanecen en internet.

Las mega-iglesias hacen la vista gorda ante la vida de estrellas de rock que llevan sus líderes multimillonarios, mientras no incomoden predicando sobre pecado, arrepentimiento, quebrantamiento y condenación eterna. Es manifiesta la adoración de personas, del poder temporal y del dinero, modelo que ha influido en todo el mundo.

Por lo tanto, no extraña que el protestantismo norteamericano haya jugado tan fuerte para Trump, supuesto presbiteriano, casado tres veces. Lo acompañaron políticamente sin que les importara su carácter arrogante y codicioso, el hecho de que explote cinco casinos, sus antecedentes como evasor fiscal, sus negocios inmobiliarios investigados por la Justicia, su maltrato racista a minorías, sus escándalos con prostitutas, las denuncias por abuso sexual y violencia de género, su pésima gestión de la crisis sanitaria o sus declaraciones falsas e incitación a la violencia mediante las redes.

Esas son las virtudes del «presidente soñado» para los evangélicos, según el reverendo Samuel Rodríguez, que preside la Conferencia Nacional de Líderes Cristianos Hispanos, la mayor organización hispano-evangélica en este país y miembro de la mesa chica de asesores espirituales de Trump.

Del campo evangélico surgió la falsa antinomia entre un presidente protestante y otro católico, cuando para un seguidor del Evangelio de Cristo debieran ser lo mismo. Nosotros no nos enredamos en los negocios del mundo ni confiamos en el hombre. Menos aún en los políticos, para quienes es lo mismo protestante, católico, musulmán, judío o marciano. Son solo votos. Incontables enseñanzas y mandatos bíblicos se desobedecen participando en sus maniobras por el poder.

Es una grave falta de sentido común o un acto de peligrosa ingenuidad decir que ahora, porque tienen un presidente católico, los Estados Unidos van a desatar una persecución contra el pueblo evangélico; cuando, en realidad, es un sistema de vida el que ha corrompido al pueblo evangélico por siglos, independientemente de la creencia de cualquiera de sus 46 presidentes.

Barack Obama se decía congregacionalista y actuó enérgicamente en favor de los derechos de la comunidad LGTBIQ+. Harry Truman se decía bautista del Sur y no dudó en lanzar dos bombas atómicas en una guerra que ya estaba ganada. George W. Bush se decía metodista pero mintió al Congreso bajo juramento para que se autorice la invasión a Irak, que permitió saquear su petróleo. Ronald Reagan se decía presbiteriano pero se alió con Juan Pablo II para debilitar al comunismo y emprender guerras e invasiones genocidas en varios puntos del mundo. Hay otros 41 ejemplos.

No se construye un imperio codicioso, implacable, cruel, violento, tramposo y vicioso andando en los caminos de Dios. Es más, difícilmente otro país del mundo reúna el carácter y conducta del hombre de los últimos tiempos (2 Timoteo 3:1-5) que exhibe EE.UU.

En todo caso, si la mayoría protestante de ese país puso toda la carne en el asador (incluyendo profecías falsas) por el candidato que perdió, bien podríamos decir que el que pone y quita toda autoridad en la tierra (Romanos 13:1-2) ya les respondió. Y tal parece que están bajo juicio.

C.C.