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Sobre el falso “don de lenguas”

Dic 7, 2021

El Cristianismo Evangélico vive una época que, por pertenecer al conjunto de profecías para los últimos tiempos, trae aparejados no pocos desafíos y peligros para el Pueblo de Dios (sin diferencia de denominación).

El apóstol Pablo, en 2 Timoteo 4:3-4, refiriéndose al aumento de la apostasía previo al regreso de Jesucristo dice: “Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que sintiendo comezón de oídos, se acumularán para sí mismos maestros conforme a sus propias concupiscencias; y apartarán el oído de la verdad, y serán extraviados a las fábulas”. Las desviaciones que se han producido a lo largo de la historia del cristianismo y, más aún, en tiempos recientes, han sido introducidas por falsos maestros: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como también habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, negando aun al Soberano que los adquirió, trayendo sobre sí mismos destrucción repentina” (2 Pedro 2:1).

La apostasía -en un sentido espiritual- significa “dejar la verdad para seguir una mentira”. Si aplicamos esta definición a la situación actual de ciertas iglesias, debemos decir que esta deserción o renuncia solamente puede producirse en el ámbito donde alguna vez estuvo la verdad: “Esto te escribo… para que sepas cómo hay que comportarse en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:14-15).

Asombran los avances de la apostasía. Las falsas doctrinas, más los falsos apóstoles, profetas y maestros proliferan y sus mentiras se cuelan en las asambleas con una facilidad pasmosa. Esta situación, como muchas otras, se puede explicar desde una sola perspectiva: la ignorancia escritural (Oseas 4:6). La decadencia educativa, social y espiritual, sumada a un gran desconocimiento de las Escrituras, conspiran para ser el caldo de cultivo de doctrinas espirituales adulteradas y de las manifestaciones pseudo-religiosas más insólitas que se hayan visto; insostenibles ante el más básico examen escritural.

Los defensores de la Sana Doctrina denuncian esta situación, incluso se expone a los falsos profetas y maestros por su nombre, aunque convendría profundizar en las causas de las desviaciones o herejías que han ido apareciendo en la iglesia, principalmente desde el siglo XX.

La apostasía se produce por motivos de opiniones o criterios sobre doctrinas bíblicas o prácticas litúrgicas. Y es un hecho que la gran mayoría de los errores que vienen dándose en el mundo evangélico tienen su origen en los Estados Unidos, donde un grupo formado por miembros de las denominaciones históricas: anglicanos, episcopales, metodistas, bautistas y luteranos, buscaba una renovación de la iglesia, enfriada por los avances del cientificismo, las filosofías y la psicología. La ciencia había irrumpido explicando la creación bajo un punto de vista ateo, llegando a negar la propia existencia del Creador. Todo tenía un sentido racional, que pasó a desautorizar y hasta negar la Revelación Divina sobre su Autor, diseño y propósito. Esta forma de pensamiento fue contaminado a los creyentes, que llegaron a relativizar la Palabra, cuestionando el relato de la creación de Génesis, para después avanzar sobre el resto de la escritura.

Para fines del siglo XIX, en el medio oeste de Estados Unidos, muchos metodistas y otros simpatizantes del movimiento “Santidad”, estaban obsesionados con la sanidad divina, los milagros y los dones. Convencidos de que la renovación espiritual de la iglesia consistía en volver al principio y que la experiencia del día de Pentecostés debía repetirse, replicando lo ocurrido en el “Aposento Alto”. En diecinueve siglos de cristianismo, nadie había enseñado que la evidencia del bautismo del Espíritu Santo consistía en hablar lenguas extrañas. Pero los seguidores de este movimiento empezaron a ministrar que Dios daría a sus seguidores el don de hablar otros idiomas sin tener que estudiarlos, con el fin de hacer factible la evangelización de toda la tierra en poco tiempo.

Según ellos, las “lenguas” incomprensibles que manejaban eran idiomasde los pueblos a evangelizar, entre ellos China e India. Pero los primeros misioneros pentecostales comprobaron que su forma ininteligible de hablar no era comprendida por nadie. La situación se repitió en Japón, Oriente Medio y África y fueron esos fallos los que provocaron que el insipiente pentecostalismo se replanteas la enseñanza sobre el don de lenguas, llegando inmediatamente a la conclusión de que sus dones no eran terrenales sino “lenguas celestiales”, “sobrenaturales” o “angélicas” y -por lo tanto- un lenguaje apropiado para la oración y la alabanza.

Lamentablemente, tras décadas de ser enfrentados a su error mediante La Palabra, no aceptaron corregirse. No tuvieron la humildad de admitir que habían inventado un credo partiendo de un error. Siguieron afirmando que la jeringonza que ellos llamaban “don de lenguas”, tenía procedencia celestial o angelical.

Pasaron por alto -voluntaria y persistentemente- que, cuando La Biblia menciona las “lenguas”, se refiere a un IDIOMAS; y que un idioma o dialecto es un sistema verbal y/o escrito de comunicación, con elementos fonéticos comprensibles, que hacen posible un intercambio coherente entre sujeto emisor y sujeto receptor. Cada idioma cuenta con un vocabulario, que es el conjunto de palabras conocidas y asentadas; palabras que tienen diferentes sonidos inteligibles.

Dice Pablo en 1 Corintios 14:7: “Ciertamente las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara?”, enseñando que, si no fuese por los diferentes sonidos organizados de lo que hoy conocemos como fonemas, no se sabría lo que estamos diciendo. Se refería a las jergas que se oían en las comunidades cristianas de Corinto, habituadas a las expresiones extáticas, propias de los cultos paganos.

En muchas iglesias pentecostales, neo-pentecostales y carismáticas, se oyen con frecuencia palabras que no tienen semejanza alguna con un idioma conocido. Afirmar que las expresiones: asica rabaca saia samaia soba, asaia sila jaima, sama samaia soca, asa, jaia, makila urra lajaia, por ejemplo, pertenecen a lenguas angélicas, es una garrafal muestra de ignorancia en sentido lingüístico y una herejía en sentido espiritual.

Toda lengua tiene un léxico, que es el conjunto de palabras que forma un idioma; pero aún no se ha publicado el léxico o vocabulario de alguna lengua de ángeles y es poco probable que exista ya que, cuando los ángeles hablaron con Abraham, Lot, Juan, María, José o las seguidoras de Jesús, se comunicaron en el idioma de sus interlocutores y éstos no necesitaron intérpretes para entenderlos. En toda La Biblia, no hay una sola excepción que pudiera provocar confusiones.

Atribuir a las palabras de Pablo en 1 Corintios 13:1 “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe” a la existencia de una lengua de ángeles, no tiene sustento  bíblico ni lógico. Pablo usa una forma condicional “si”, la misma figura gramatical que continúa en el versículo 3: “Y si diera todos mis bienes para dar de comer a los pobres y si entregara mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me aprovecha”. El apóstol no está afirmando que va a inmolarse, tan solo hace referencia al hecho de que cualquier sacrificio del creyente, si no es una manifestación del amor de Dios, no tiene ningún valor. En el versículo 1 se da la misma construcción gramatical. El apóstol no pretende asegurar que hablaba todos los idiomas del mundo conocido en aquel tiempo, ni mucho menos alguna “lengua de los ángeles”. Cuando en 1 Corintios 14:18 dice “Doy gracias a Dios de que hablo en lenguas más que todos vosotros”, se refiere a los cuatro idiomas que manejaba, producto de su avanzada educación: arameo, hebreo, griego y latín, todos reales y comprensibles, útiles a la Gran Comisión.

El error en el que incurrieron los simpatizantes del movimiento “Santidad” – gente sincera, que temía a Dios y anhelaba la restauración de la vida vibrante de la Iglesia del primer siglo- consistió en querer empezar de cero, refundar la Iglesia. Tenía el ardiente deseo de que el Milagro de Pentecostés viniera nuevamente a la tierra. Tan ardiente que pasó -y pasa- por alto la voluntad de Dios.

La profecía de Joel 2:28-29, tuvo su cumplimiento durante una fiesta de carácter agrícola, día de regocijo y acción de gracias, en que se ofrecían las primicias de lo producido por la tierra el quincuagésimo día después de la Pascua. Pero ese acontecimiento prodigioso, que podemos llamar el génesis de nuestra Iglesia, es una experiencia irrepetible. En aquel momento, era necesario que personas venidas de todas las naciones, oyeran de Pedro la predicación del Evangelio de la salvación por la Gracia de Dios, pero el idioma era un impedimento. No se podía recurrir a la traducción simultánea, como en los encuentros internacionales de la actualidad. Cuando aparecieron las lenguas repartidas, como de fuego, se produce un hecho prodigioso: se pasa de Babel a Pentecostés; de la confusión al entendimiento. Aquellos extranjeros que hablaban diversos idiomas –claramente enumerados en la enseñanza- se sorprendieron por lo que estaba sucediendo, “Y al ocurrir este estruendo, la multitud se juntó; y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua” dice Hechos 2:6. ¿Qué parte de este enunciado permite suponer que sus protagonistas hablaron en lenguas “angélicas” o “sobrenaturales”?

El milagro de Pentecostés fue la xenoglosia no la glosolalia. Fue la habilidad sobrenatural de poder hablar un lenguaje no familiar para expresar un mensaje comprensible; no mediante una jerga ininteligible, una jerigonza inventadas y sin sintaxis, digna de un diagnóstico por trastorno del lenguaje.

El manoseado “don de lenguas” (o de idiomas, para una traducción más correcta), se ha transformado en un falso don de lenguas angélicas. Una especie de salida fácil al orden de importancia de los dones del Espíritu, que Pablo explica en 1 Corintios 12-14.

Siempre resultará muchísimo más fácil demostrar “llenura del espíritu” mediante este recurso ficticio, que tener que hacerlo mediante los frutos reales del Espíritu, enumerados en Gálatas 5:22-23: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Es más cómodo aparentar la presencia del Espíritu Santo en nosotros mediante un lenguaje inventado y manejado emocionalmente, que tener que pasar por el cedazo de nueve virtudes que solo maduran entre aquellos que experimentan una genuina transformación espiritual.

Los que huyeron del error

Lo que no tiene responsables ni nadie que se haga cargo, es el daño hecho entre aquellos que, habiéndose acercado a las congregaciones ávidos de Dios, salieron corriendo al ver el descontrol que suele producirse cuando los hermanos se entregan a una gritería confusa, dando cumplimiento a la advertencia de Pablo en 1 de Corintios 13 sobre el mal uso de los dones.

Por favor, analice con detenimiento las precisas y sensatas instrucciones del apóstol sobre el tema: “Seguid el amor y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis. Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios; pues nadie le entiende, aunque por el Espíritu habla misterios. Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación. El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia. Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación. Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina? Ciertamente las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara? Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire. Tantas clases de idiomas hay, seguramente, en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí. Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia. Por lo cual, el que habla en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla. Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento. Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho. Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro no es edificado. Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida. Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar. En la ley está escrito: En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo; y ni aun así me oirán, dice el Señor. Así que, las lenguas son por señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos; pero la profecía, no a los incrédulos, sino a los creyentes. Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos? Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros. ¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación. Si habla alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete. Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios. Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen. Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan y todos sean exhortados. Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz… Así que, hermanos, procurad profetizar  y no impidáis el hablar lenguas; pero hágase todo decentemente y con orden”.

Queda claro que las 16 veces que Pablo menciona “lenguas” está refiriéndose a IDIOMAS o DIALECTOS comprensibles, según una correcta traducción del original en griego.

Como decíamos, no hay registro de las almas que se alejaron por no aceptar el anti-bíblico argumento de: “hermano, si no habla en lenguas no tiene el Espíritu Santo”. Los creyentes que no quisieron entrar en el juego de las apariencias, en el error de inventar palabras o sonidos para no ser marginados o excluidos y prefirieron ser sinceros en cuanto a su experiencia personal con el Espíritu de Dios, optaron por el silencio, el distanciamiento, el aislamiento y hasta la deserción, antes que ser parte de una mentira.

Muchos, incontables, que aman a Jesucristo, predican el Evangelio, crecen en santidad, oración y servicio y aborrecen el pecado, vienen huyendo de las asambleas para no ser señalados por no hablar en “lenguas”.

Es muy difícil para cualquier cristiano (sobre todo un recién iniciado) ir contra una creencia o un error doctrinal que ha sido adoptado por toda una congregación y no está sujeto a revisión, estudio ni examen alguno; ni siquiera a la luz de Las Escrituras.

Muchos errores doctrinales se convierten en dogmas de fe. Jesucristo luchó abierta y enérgicamente contra ese modelo de religiosidad tan propio del clero judío. Y es algo que no ha cambiado después de dos milenios, tal como se desprende del hecho real de un pastor y maestro que, enfrentado a las categóricas enseñanzas de 1 de Corintos por quien suscribe, admitió que “se dan algunos excesos con el tema del don de lenguas”, pero que “no hay nada que hacer, porque forman parte de la identidad pentecostal”. A confesión de partes, relevo de pruebas, diría cualquier tribunal.

La Biblia dice y el hombre contradice

La Biblia dice que don de lenguas (idiomas) es el de menos importancia entre todos los dones. Cristo no lo manifestó; pero –como dijimos- algunas denominaciones la imponen como la evidencia concluyente del bautismo del Espíritu.

La Biblia dice que el don de lenguas (idiomas) no será dado a todos. Algunos dice que todo creyente debe manifestarlo. Sin excepciones.

La Biblia dice que el don de lenguas (idiomas) es señal para el incrédulo no para el creyente. Algunos sostienen que es una señal para el creyente.

La Biblia dice que el creyente que ejercita los dones del Espíritu tiene el control sobre sus acciones. Algunos dicen que el creyente debe abandonar el control de voluntad, mente y cuerpo al Espíritu.

La Biblia dice que las manifestaciones de los dones deben ser controladas y todo debe ser hecho decentemente y con orden. Algunos estimulan al creyente a entregarse a extravagancias emocionales, sobre todo durante la adoración y la oración.

La Biblia dice que el Espíritu Santo está en cada creyente verdadero desde el momento en que acepta a Cristo como su Salvador; Él es quien hace del creyente un hijo de Dios obediente. Algunos dicen que, después de la aceptación, debemos buscar el bautismo del Espíritu hasta que se manifieste mediante el don de lenguas angélicas. Grandes predicadores han caído en este error.

Otros hechos bíblicos

Al dirigirse a la iglesia en Roma, predominantemente gentil, Pablo no incluyó el don de lenguas en la lista de los dones del Espíritu, que él da en el capítulo 12.

Como señalamos, en la iglesia de Corinto -otra iglesia gentil- no era el verdadero don de lenguas el que se estaba practicando sino la imitación de la adoración pagana de Diana, que causaba confusión y desorden. Está claro que esta falsificación no se había introducido en otras partes, pues en ninguna de las cartas a las otras iglesias es mencionado el don de lenguas, ya que en esas iglesias no era un problema.

También se pasa por alto que el don de lenguas no era una de las marcas de un apóstol. Antes de Pentecostés el Señor les dio otros dones, como poder y autoridad sobre todos los demonios o para curar enfermedades y los envió a predicar el reino de Dios, pero no les dio poder para hablar en lenguas.

Jesucristo mismo no habló en lenguas, ni ministró, oró o adoró al Padre en lenguas sobrenaturales ¿La persona más llena del Espíritu Santo que haya caminado en este mundo, no habló en lenguas ni siquiera en una oportunidad? ¿Cómo se entiende esto? Sin embargo, si el Autor de nuestra salvación estuviera congregado en algunas iglesias actuales, lo estarían señalado por no tener la señal del bautismo del Espíritu Santo…!

Es significativo que hay muchos equivocados, ya sea en la defensa de su posición o en la enseñanza de temas bíblicos, mostrando una peligrosa ignorancia o incomprensión de las Escrituras, por confiar en razonamientos emocionales, interpretaciones mal fundadas y conclusiones movidas por sus propios deseos.

Está claro que la repetición de un error termina afectando el sano juicio. No hay por qué someterse al error o no enfrentarlo, por temor a las mayorías que, como en este caso, pueden estar equivocadas.

Un poco de sentido común

Las redes de internet están llenas de videos donde pastores presionan a los creyentes, incluso a niños, a hablar en “lenguas”, recibiendo, en todos los casos, una serie de sonidos incomprensibles. Cabría preguntarse en qué edifican al creyente y, sobre todo, en qué edifican al no creyente.

¿Quién, que tenga necesidad de Dios, querría acercarse a un lugar donde va a ser arrastrado a situaciones que nada tienen que ver con la experiencia genuina de comunión con nuestro Señor a través de su Espíritu?

¿Vamos a seguir justificando esa experiencias emocionales con 1 Corintios 2:14: “…pero un hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, y no puede entenderlas porque se han de discernir espiritualmente”? ¿Qué hay de espiritual o edificante en el frenesí de ruidos diversos, términos inentendibles, repeticiones de monosílabos, casi siempre acompañados por movimientos convulsivos, agitación o estremecimientos? ¿No es solo el desorden sobre el que advirtió Pablo? ¿Qué sabiduría de lo alto hay en esas extravagancias? ¿Cómo decir amén a semejante sin sentido?

La actividad del Espíritu Santo es siempre y únicamente manifestar y exaltar a Cristo y Él nunca actuará o guiará en contra de la Palabra de Dios. Asimismo, nunca anula la voluntad del creyente; la voluntad del creyente permanece independiente; siempre debe estar inteligentemente dispuesto para la voluntad de Dios. Es siempre plenamente responsable por sus acciones y para obedecer la Palabra de Dios. No sufrirá confusión, al punto que sus emociones nublen su mente. El tratar de entregarse al Espíritu de tal manera que uno no tenga mente ni voluntad propia es un error. Un error peligroso, que ha llevado a muchos al desastre, abriendo el camino para que espíritus engañadores tomen el control, falsificando la obra del Espíritu Santo y torciendo la Palabra de Dios.

Por pura sensatez, cabe preguntarse cómo el Espíritu Santo ha levantado durante décadas millones de creyentes que hablan en lenguajes angélicos y ni siquiera un creyente que las interprete. ¿Qué pasó con 1 Corintios 14:27-28  “Si alguno habla en lenguas, que sean dos, o a lo más tres, y por turno, y uno interprete. Y si no hubiera intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios”? Según esta enseñanza, el Espíritu Santo de nuestros días estaría abonando la confusión y el desorden, con su mala distribución de dones: millones de habladores de “lenguas” y ningún intérprete…! ¿El Espíritu de Dios ha creado y repartido algo que no sirve para el Cuerpo ni para los incrédulos?

El desear señales milagrosas al punto de inventarlas, no evidencia la madurez o salud espiritual. «No seáis niños en el modo de pensar«, le dijo Pablo a los corintios.

La incapacidad de discernir la diferencia entre fenómenos mentales o emocionales y una manifestación del Espíritu del Dios viviente, solo desnuda una gran falta de conocimiento y de experiencia espiritual fidedigna en ciertas iglesias de hoy, produciendo conductas de manadas que corren detrás del error.

La verdadera señal de la llenura del ES

Efesios 1:13 dice: “…habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en Él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido…”. Insistimos que el sello del Espíritu es dado en el momento mismo de la comprensión del mensaje de la Cruz; de la aceptación del Jesucristo como nuestro único Señor y Salvador. Ninguna “lengua” tiene arte ni parte en esta Gracia divina.

1 Corintios 12:29 dice: “¿Son todos apóstoles? ¿Acaso todos, profetas? ¿Todos maestros? ¿Acaso todos hacen milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Interpretan todos? Anhelad, pues, los mejores dones…”. El Espíritu Santo da a cada uno según su voluntad; por tanto, no depende del que quiere ni del que corre sino de Dios quien tiene misericordia (Romanos 9:16).

¿Acaso dice La Biblia que todo creyente debe hablar en lenguas angélicas o sobrenaturales o desconocidas, como evidencia de tener el Espíritu Santo? DEFINITIVAMENTE, NO…!

¿Enseña La Biblia cuál es la mejor evidencia de estar lleno del Espíritu Santo? Sí: cuando los frutos del creyente reflejan una vida transformada, gobernada por la voluntad de Cristo, mostrando  amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22-23). Un carácter formado a la imagen de Nuestro Salvador. Y el que empezó la buena obra, la perfeccionará hasta Su regreso. Amén…!

C.C.