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No Juzgue, hermano (Segunda parte)

Ago 8, 2021

Nos referíamos en la entrega anterior al reflejo casi represivo de silenciar las críticas internas referidas al compartir evangélico en general, que ha venido cobrando cuerpo en algunas asambleas.

Hoy queremos abordar el tema puntual de las críticas a los liderazgos, partiendo de que es común escuchar:

“No se debe criticar al pastor”.

“Dijo Dios que no toquen a sus ungidos”.

“El ungido es la voz de Dios”.

“Nunca hay que hablar mal de un líder”.

“Hay que obedecer al líder. Si está equivocado, Dios lo corregirá”.

“El pastor solo tiene que rendirle cuentas a Dios”.

“Obedece a la dirección de tu líder”.

“No contradiga al ungido”.

“El ungido es quien tiene la visión, si se lo contradice, el Cuerpo se debilita”.

Tal como dijimos en la primera parte, todas recomendaciones verídicas, recibidas de primera mano, leídas o escuchadas.

Es bíblico exponer el error

Si se diera la (cada vez más frecuente) necesidad de tener que señalar un error a un líder o maestro, ¿quién creemos que lo hará, el mundo acaso? Los de afuera se frotan las manos cuando los creyentes nos equivocamos. Celebran que cada día nos parezcamos más a ellos. Por eso, no viene del mundo sino del interior de las congregaciones la mayor resistencia a los que contienden por la pureza del Evangelio y contra las malas enseñanzas y prácticas.

Los que se equivocan, bien pueden permanecer en el error y arrastrar a otros, debido al hábito del silencio forzoso. 

Juan el Bautista llamó a los líderes religiosos de aquellos días “generación de víboras” (Mateo 3:7). Hoy, aquel profeta (ante quien “no hay otro mayor entre los nacidos de mujer”, según Jesucristo) bien podría ser acusado de falto de amor, conflictivo, imprudente, irrespetuoso y anticristiano.

Jesús dijo a los religiosos: “¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Para muchos, esta sería una expresión inaceptable en nuestros días; pero es lenguaje bíblico y viene de la boca del Divino Maestro. Se llega a escuchar que Él hablaba así porque era el Mesías o porque estaba en otra dispensación.

Parado frente a los fariseos y saduceos, los llamó “hipócritas”, “guías ciegos”, “sepulcros blanqueados”, “serpientes” y “generación de víboras”, mientras exponía pública y detalladamente sus errores y herejías. Sin embargo, hoy se nos dice que debemos tener compañerismo con algunos cuyas doctrinas son tan anti-bíblicas como las de aquellos sacerdotes.

Jesucristo hizo un azote de cuerdas y echó afuera a los que comerciaban en el templo, a la voz de “no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2:13-16). Pese a ello nuestro Salvador es presentado hoy como alguien manso, pasivo y tolerante aún con los malos maestros, lo cual es completamente falso.

Cuando trató con falsos guías y maestros, con los comerciantes de la fe, sus palabras fueron severas y sus acciones claras.

Algunas iglesias evangélicas y la propia asociación que las nuclea a nivel nacional, por ejemplo, insisten en trabajar con católicos, con gobiernos, con partidos políticos y otras asociaciones heréticas; pero los que nos oponemos debemos callar, porque ese es el nuevo “compartir”.

La denuncia de las falsas doctrinas es un trabajo interminable

En nuestros días, engañadores y burladores han entrado en muchas iglesias con sus shows musicales, danzas, teatro, psicología, filosofía, humanismo, superación personal, sistemas piramidales, confesión positiva e ideologías y han cambiado la casa de Dios en cualquier cosa menos una casa de oración, alabanza y servicio.

Es tiempo de que los hombres de Dios se levanten y expongan esos errores. Y debiera hacerse públicamente, ya que las desviaciones también son públicas. El error es el que abre la ventana pública, por lo que la corrección también debe ser pública.

Pero algunos de los nuestros ya son a semejanza del clero católico: no se les puede decir nada, son perfectos y sus palabras pontificias. Ya no son solo hombres de naturaleza pecaminosa que pueden equivocarse. ¿No somos acasos todos malos; todos caídos de la Gracia, injustos y, en esencia, almas pecaminosas que han sido justificadas por Gracia? ¿No es que “no hay justo, ni aún uno” (Romanos 3:18-18).

¿Qué nueva “unción” exime a algunos de detenerse a escuchar los argumentos del hermano en la fe, del consiervo? ¿No atendió Felipe la urgencia del eunuco? ¿No escuchó el rey David a Natán acusarlo de adúltero y homicida? ¿No escuchó Jesucristo la réplica de la samaritana? ¿No atendió Dios las obstinadas razones de Abraham ante la inminente destrucción de Sodoma? ¿Por qué las honestas discrepancias deben ser siempre recibidas como imprudentes, entrometidas, ignorantes, equivocadas, malintencionadas o hasta demoníacas? ¿Tan intocables nos hemos vuelto?

Es más, si detrás de cada profeta hay un espíritu, es nuestro deber examinar ambos, ponerlos a prueba. No aceptar candorosamente cualquier pronunciamiento solo porque dice venir de Dios, de Jesucristo o del Espíritu Santo. No tenemos por qué regalar nuestro amén fácil. ¿O no nos enteramos que el misterio de la iniquidad ya está actuando y hablará descaradamente en Su nombre? (2 Tesalonicenses 2:7).

La Biblia nos llama a exponer el error

Dice 1 Juan 4:1 – “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus, si proceden de Dios; porque muchos falsos profetas han salido al mundo”.

Toda doctrina y maestro deben de ser probados de acuerdo con la Palabra de Dios. Cada mensaje y mensajero debe ser discernido (juzgado) con amor y de acuerdo con la Palabra. La iglesia de Éfeso fue elogiada por Cristo porque habían “probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son y los has hallado mentirosos” (Apocalipsis 2:2). La iglesia de Pérgamo fue reprendida porque toleraba a los que tenían la doctrina de Balaam y de los Nicolaítas (Apocalipsis 2:14-15).

Debemos enseñarles

“Predica la Palabra, insiste a tiempo y fuera de tiempo, redarguye, exhorta y reprende con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:2). Pablo demandaba exhortos y reprensiones internos en las congregaciones; de ninguna manera podría haberse referido a los no creyentes…!

Debemos señalarlos y llamarlos al arrepentimiento

El siervo fiel del Señor debe ser “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tito 1:9). “Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe” (1:13). Esta instrucción fue dada a Tito, porque había algunos en Creta trastornando la Verdad con sus falsas doctrinas, de casa en casa.

No debemos tener compañerismo con ellos

“…no participando en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendiéndolas” (Efesios 5:11). Otro claro llamado a mantener doctrinalmente limpias las congregaciones; lo que no es un asunto pasivo.

Debemos alejarnos de ellos

“Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre del Señor Jesús, el Mesías, que os apartéis de todo hermano que viva desordenadamente, y no según la enseñanza que recibieron de nosotros” (2 Tesalonicenses 3:6) y “Si alguno no obedece a nuestra palabra transmitida mediante esta epístola, a éste señalad para no juntaros con él, a fin de que sea avergonzado, pero no lo consideréis como enemigo, sino amonestadlo como a hermano”, insiste Pablo en 2 Tesalonicenses 3:14-15.

Refiriéndose a estos últimos días, dice que algunos vendrán y “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3:5).

No debemos ni recibirlos en nuestras casas

“Si alguno llega y no lleva esta doctrina, no lo recibáis en casa ni le digáis: Bienvenido; porque el que le dice: Bienvenido, participa en sus malas obras” (2 Juan 10-11). 

Debemos resistirlos

“Al hombre que cause divisiones, después de amonestarlo una y otra vez, deséchalo…” (Tito 3:10).

Debemos separarnos de ellos

“Por tanto, salid de en medio de ellos y separaos, dice el Señor; y no toquéis lo inmundo y yo os recibiré” (2 Corintios 6:17).

No debemos temerles

Los que rechazan todo tipo de reflexión o comentario sobre errores doctrinales y conductas impropias de un creyente, no van a dudar en contraatacar con munición gruesa, como ya lo vimos en las frases verídicas del inicio; hablarán de rebeldía y de cosas peores para desalentar cualquier disenso y minar el valor del que se arriesga a enfrentar la mentira y el engaño. Tomarán cualquier cosa que se diga como un ataque personal.

Pablo llamó a éstos “… falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo” (2 Corintios 11:13) y advirtió a los Gálatas acerca de esos que quieren “pervertir el evangelio de Cristo”. Dijo también: “Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas 1:8).

¿Cómo podríamos obedecer todos estos mandatos si no discernimos que hay entre nosotros quienes se equivocan de buena fe y también hay infiltrados maliciosos?

Es correcto mencionar nombres

Muchos postulan que no es lícito ni correcto nombrar al que se equivoca y lo enseñan como un dogma; pero esto tampoco es bíblico.

El propio Jesucristo nombró dos veces a los nicolaítas (Apocalipsis 2:6 y 15) y en más de 70 oportunidades corrigió o amonestó cara a cara y públicamente a fariseos, saduceos, escribas y herodianos. Los que presenciaron estos hechos, sabían perfectamente a quiénes se refería.

Pablo maldijo personalmente a Bar Jesús (mago Elimas) por obstaculizar la predicación a un procónsul (Hechos 13:6-12); nombró a Pedro públicamente y lo “resistió cara a cara” porque su andar judaizante “era de condenar” (Gálatas 2:11-14); nombró a Demas por amar el mundo (2 Timoteo 4:10); nombró a Himeneo y Alejandro por blasfemar (1 Timoteo 1:18-20); nombró a Himeneo y Fileto por trastornar la fe (2 Timoteo 2:15-18) y también nombró a Alejandro el calderero por oponerse al Evangelio (2 Timoteo 4:14-15).

Juan nombró a Diótrefes por sus conductas (3 Juan 9).

Moisés señaló a Balaam, profeta que estaba en la obra por dinero (Números 22-25); también lo hicieron Pedro (2 Pedro 2:15) y Judas (Judas 11). 

Esto prueba que no es un error nombrar a aquellos cuyas doctrinas y prácticas son contrarias a la Palabra de Dios.

De hecho, las escrituras abundan en ejemplos de falsos profetas siendo nombrados y denunciados. Solo un cobarde opta por guardar o demandar silencio mientras la verdad del Evangelio está bajo ataque. Pero en la práctica actual, el “celo santo”, arde más por cuidar la sensibilidad de las personas y por la corrección política que por la Sana Doctrina.

¿En qué quedó el mandato de “contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” de Judas 3?

Tal parece que existe la creencia de que habría gente muy poderosa como para ser señalada o nombrada. Hombres en altos lugares, líderes de mega-iglesias o con grandes audiencias en radio y televisión y fuerte presencia en redes, apóstoles que venden coberturas y unciones y creen no tener que rendir cuentas por nada. ¿Por qué suponer que lo que dicen o hacen es correcto en razón de su fama personal, cuando nada ni nadie puede estar por encima de la Verdad del Evangelio?

¿En qué quedó el mandato de cuidarnos de los “falsos maestros… que introducirán encubiertamente doctrinas destructoras” de 2 Pedro 2:1?

Los creyentes fieles advertirán a las ovejas acerca de todo error o herejía y, dado el caso, no ocultarán el nombre del que se equivoca, sobre todo cuando éste resiste arrepentirse. 

No es suficiente hacer sutil alusión de ellos o hablar en términos generales, eso también es encubrimiento. Algunas ovejas no entenderán cuál es la fuente del error y como consecuencia seguirán siendo vulnerables ante los lobos. Las generalizaciones no enseñan bien, las culpas sin culpables confunden y las culpas de todos no son de nadie.

La casa de Cloé informó a Pablo sobre la situación en Corinto (1 Corintios 1:11). No debemos dejar que quienes argumentan que tal preocupación es una delación, una expresión de rebelión o una conducta anti-bíblica, nos hagan desistir de expresar una preocupación genuina por la condición de la iglesia o por su desvío de la verdad. En realidad, llevar tal preocupación apropiadamente al Cuerpo es nuestro deber como un servicio al Señor, a los santos y a la iglesia.

No debemos temer juzgar. Debemos temer juzgar mal o sin amor. Y deberíamos temer no juzgar, ya que es un mandamiento del Señor. En realidad, no juzgar con sano juicio es un acto de rebeldía a la Palabra de Dios, un acto de comodidad e indiferencia, propio de espíritus tibios, sin compromiso ni claridad doctrinal.

Tampoco hay que confundir discernimiento y juicio justo con condena. El creyente puede y debe distinguir entre el trigo y la cizaña, lo que no puede ni debe hacer es condenar, facultad que le corresponderá a Jesucristo en su segunda venida (Mateo 13:24-29).

Aunque se disfracen de “prudencia”, ciertos silencios son solo complicidad. Pero el creyente no es cómplice de nada ni de nadie; tiene una sola opción: La Verdad del Evangelio. Punto. Un verdadero cristiano no dispone de plan “B”, estaciones intermedias ni letra chica.

Las tormentas en las asambleas

A veces, soberanamente, el Señor permite tormentas en y entre las iglesias. Estas tormentas sirven para purificarlas, haciendo que se manifiesten los que son aprobados y los que no (1 Corintios 11:19).

Sin la desolación, la confusión y los errores no podríamos ser capaces de ver la condición espiritual de cada individuo. Esto no nos debe sorprender. Recuerden que los 250 que siguieron a Coré eran «príncipes de la congregación» (Números 16:2). Entonces, ¿qué deberíamos hacer cuando aquellos con apariencia de autoridad se desvían de la verdad?

Reclamar doctrinalmente no es reprochar, es buscar claridad en una idea o acción que no la tiene. Es algo propio de una organización basada en la buena fe. No se intenta dirigir ni buscar empoderamiento. Cada uno es lo que el Espíritu dispone dentro del Cuerpo. No es para avergonzar, para escalar posición, para descartar a nadie ni para cuestionar autoridad: es para defender La Palabra ante el error. No necesariamente todo señalamiento es animoso o injurioso.

En 2 Corintios 10:4-5 dice que los argumentos bíblicos son una clase de fortaleza. A fin de obedecer a Cristo, un hombre tiene que llevar cautivo todos sus pensamientos y derribar la fortaleza de los razonamientos. El versículo 5 dice: «Al derribar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y al llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”.

El propósito de una persona con autoridad en el Cuerpo de Cristo debiera ser no el ejercer autoridad, sino el servir a los santos como un esclavo al pastorear, alimentar y proteger al rebaño.

Cuando una persona que está en una posición de autoridad se desvía de la verdad y observamos tal desviación, tenemos la responsabilidad de cooperar con el Señor para buscar un remedio para la situación, procurando restaurar al hermano a una condición apropiada.

No olvidemos los problemas que cargaron los que siguieron enseñanzas equivocadas. Los millares en la iglesia en Jerusalén que siguieron a Jacobo en cuanto a ser celosos por la ley (Hechos 21:20), causaron daño al testimonio de la iglesia, inquietaron a las iglesias gentiles (Hechos 15:24 y Gálatas 2:12) y –finalmente- sufrieron tremendamente con la destrucción de Jerusalén. Las iglesias en Asia que siguieron a los perversos (Hechos 20:30), que enseñaban otras cosas aparte de la economía de Dios (1 Timoteo 1:3-4) y se desviaron del ministerio de Pablo (2 Timoteo 1:15) cayeron bajo la reprensión del Señor (Apocalipsis 2 y 3).

Conforme con el Nuevo Testamento, la manera apropiada de seguir no es seguir a un hombre, sino seguir las enseñanzas de los apóstoles, que es seguir la visión celestial (Hechos 26:19).

En conclusión, cuando surgen problemas en las asambleas tenemos la responsabilidad de cooperar con el Señor en beneficio de Sus intereses. Nuestra motivación debe ser el ganar a nuestros hermanos al restaurarlos a una condición apropiada en su comunión con el Señor y con Su Cuerpo.

La iglesia en Corinto tenía muchos problemas. Los de la casa de Cloé estaban conscientes de ello y lo transmitieron a Pablo. Pero antes de presentar el cuadro, debieron discernir (juzgar) que era necesario hacerlo. Los de la casa de Cloé le rindieron un gran servicio al Señor, a los santos y a la iglesia de Corinto, porque se sometieron a la Verdad y no pusieron por delante el consabido “no juzgue, hermano”, que los hubiera silenciado e inmovilizado.

No protegieron las apariencias piadosas que esconden ciertas problemas: los trajeron a la luz para ser juzgados y corregidos. Pusieron el Evangelio delante de las sensibilidades personales.

La iglesia de lo agradable

La iglesia de lo agradable está construida sobre la herejía del relativismo moral.

Un buen ejemplo de esto es cuando la gente se burla de la virtud cristiana, de la santidad, llamándonos a ubicarnos en el siglo XXI. ¿Desde cuándo la decencia se determina mirando un calendario, la ubicación geográfica, la cultura; el momento o la circunstancia?

La iglesia de lo agradable es peligrosa, porque al final no hay límite en la cantidad de mal que puede justificarse bajo el lema de “no juzgar”. La consigna cómplice de “no juzgue, hermano”, invoca el principio de no enfrentar nunca a nadie por nada. Invita a la idea de que tenemos que manejarnos por las apariencias, fingir que todo está bien cuando no lo está, y dejar que nuestro hermano cometa suicidio espiritual, persistiendo sin arrepentimiento en su pecado hasta su muerte.

¿Alguien con un mínimo discernimiento puede suponer que no seremos juzgados por esto? ¿No leímos Ezequiel 33:7-9, sobre las maldiciones que caerán a los que no advierten al prójimo sobre su mal caminar? Dejar dormir al hermano es una omisión terrible (Efesios 5:11-14).

La iglesia de lo agradable enseña un evangelio falso y complaciente, lleno de “Dios te ama tal como eres y nunca te condenaría”, “Jesús murió por nuestros pecados, así que ahora Dios los perdona”, “el pecado es relativo” y “no juzgues a nadie, porque la gente buena hace cosas malas todo el tiempo”. El nuevo evangelio de la hipergracia, listo y empaquetado para perdición de muchos.

La Congregación de Pilatos

El pueblo de Dios está recibiendo metralla pesada de enseñanzas erróneas y falsas revelaciones, adoración mundana, profecías y unciones, con enorme riesgo de terminar alejado de la Verdad. De tanto convivir con el error, está dejando de recibir la Verdad.

Venimos siendo probados desde hace décadas y no hemos sido dignos de la Palabra de Dios. No la hemos defendido, porque decíamos que no necesitábamos hacerlo. No nos hemos parado en el portillo, mientras los católicos, los gnósticos, los ocultistas, los místicos, los humanistas, los existencialistas, los psicólogos, los políticos y los espíritus infiltrados han vapuleado el Evangelio a gusto. Hasta los homosexuales están en pleno “avivamiento”, mientras nosotros estudiamos –timoratos- tácticas y estrategias que generalmente quedan en la nada. Las campañas contra las políticas de género, el aborto y la ESI son excelentes ejemplos de nuestro fracaso.

Por eso los enemigos del Evangelio de Jesucristo vienen diciendo cualquier herejía ante nuestro silencio. Y ese silencio tiene un nombre, un nombre espiritual, un nombre maldito: Cobardía.

Ocultamos nuestro miedo al ridículo y al rechazo, bajo la máscara del respeto, la tolerancia o supuestos “tiempos de Dios”. Bajo el disfraz de la moderación, escondimos el grave pecado de la falta de compromiso con la Verdad.

En una encuesta reciente entre miembros de las mega iglesias de EE.UU., el 61% cree que Dios quiere que las personas sean prosperadas económicamente y el 31% cree que si le das dinero a Dios, él te bendecirá con más dinero y salud. Piensan que las posesiones son sinónimo de la aprobación y bendición de parte de Dios y que la pobreza una maldición. Y lo más triste es que el mundo, por causa de esos infiltrados que se hacen llamar “evangélicos” o “cristianos” o “protestantes”, nos juzga a todos como charlatanes y mercaderes de la fe.

Una investigación del Washington Post, reveló que entre 1937 y 2020, la membresía de las iglesias protestantes de los Estados Unidos cayó del 73 al 47%. Sí, leyó bien, en 83 años, en lugar de aumentar, cayó un 26%, mientras crecieron el ateísmo, el islamismo, el judaísmo y el satanismo, cuatro enemigos declarados de Cristo. Agudizada por la pandemia, la sensación general es que no hay respuestas espirituales en las asambleas protestantes.

Y la absoluta responsabilidad de esta situación recae en nosotros. El problema nace y termina en el “no juzgue hermano” que ha cobijado tanto error y a tanto lobo infiltrado. Nuestra permisividad, nuestra complacencia con el pecado les ha dejado abierta la puerta de servicio.

Y, por favor, tengamos la dignidad de no salir con los famosos “no todas las iglesias evangélicas son así”, “no todos los pastores son así” o los previsibles “nosotros somos distintos”, “en mi iglesia no pasa” o “no existe la iglesia perfecta, hermano”.

Es obvio que no a todas las asambleas y líderes protestantes les caben las consideraciones anteriores y que no existe la iglesia perfecta. Pero, por simple lógica, eso no debería servir como pretexto para no hablar siquiera de los que sí son responsables por malas enseñanzas y malos testimonios usados por el enemigo para generalizar sobre el Pueblo de Dios.

Tenemos complicidad con esa situación, ya que nuestro deber siempre fue, es y será salirle a cruce a los engañadores. Contender por el Evangelio, sin concesiones. Sin excepciones. Sin acepciones de cargos o funciones.

Y si creíamos que los pecados ajenos no iban a rozarnos y subestimamos al enemigo haciendo la del avestruz, nos equivocamos. Cuidando nuestras cuatro paredes, pasamos por alto la responsabilidad de hacer saber a propios y extraños que no todo el que se dice cristiano o evangélico o protestante o reformado, en realidad lo es. En un mundo globalizado e hiper-comunicado, ha sido un error garrafal.

Tampoco es verdad –y ni siquiera inteligente- sostener que estos temas solo debían ser discutidos dentro de las asambleas, simplemente porque –en la práctica- eso no sucede. La ausencia de autocrítica es notoria en vastos sectores del movimiento evangélico y las tensiones internas que produce encuentran su válvula de escape en el rumor y la disconformidad silenciosa.

Esta realidad, negada sistemáticamente, ha encontrado cómo volver potenciada desde el mundo, en forma de comentarios maliciosos y destructivos. Lo que no hicimos para corregirnos y sanarnos en comunión, el miedo a enfrentar el error y lo que no fue dicho cuando debía ser dicho, fraternalmente, con valentía y amor, está regresando como veneno desde los que odian el Evangelio de Cristo y apuestan al fracaso de su Iglesia.

Cabe preguntarse, ¿éste fue el beneficio del silencio, del “no juzgue, hermano”? Pues, magro resultado. De tanto no incomodar a nadie, de tanto humanismo para mantener los números y tanta condescendencia con el pecado, nos hemos convertido en la Congregación de Pilatos.

El que quiera oír, que oiga.

Dios tenga misericordia de todos nosotros.

C.C.