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Usurpadores de la luz

Nov 10, 2021

Pese a que un nuevo momento electoral está demostrando que -para la clase política- las personas son solo votos, pese a que solo se escucharon las promesas de siempre y a que, quienes están en el poder, volvieron a hacer gala de su desprecio por las leyes, la mayoría de los líderes locales de las principales iglesias evangélicas reincidieron en mostrarse sirviendo a dos señores, desvergonzadamente.

Han compartido sin pudor escenarios de campaña con los mismos que promovieron, sancionaron y promulgaron las leyes de género, la imposición de la ESI, del aborto, de la adopción homo-parental, de incremento de sus propios salarios y dietas de privilegio y de aumentos inmorales del agua, la luz y los impuestos, entre muchas otras.

Estuvieron junto a los que pisotean las leyes de Dios, pese a haber jurado obedecerlas sobre una Biblia, cuyo contenido parecen desconocer o –lo que sería peor- menospreciar.

Una vez más, los que hemos sido llamados a someternos y orar por las autoridades, terminamos tomando caminos de hombre, cooptados con limosnas electorales y asociados públicamente a los que vienen a hurtar, matar y destruir; expertos en llamar bueno a lo que es malo.

Hasta les hemos cedidos los púlpitos, como quedó reflejado en todos los Medios y redes. Los mismos que llevan una vida pública impresentable, que han destruido sus propias familias, que se jactan de sus fornicaciones, que están llenos de causas en los tribunales, que tienen capillitas para vírgenes en sus casas, que besan anillos de hombres, que viven solo para pelear por poder y que han venido manchando sus investiduras con gestiones escandalosas, han bajado línea desde los púlpitos que les cedimos.

Los que debían ser reprendidos, exhortados y llamados al arrepentimiento, se hicieron de los espacios reservados para los santos.

Y aquí vale la comparación con la conducta de otras confesiones: en las misas no les ceden el púlpito a la clase política, en las sinagogas no les ceden la bima y en las mezquitas no les ceden el minbar. Solo nosotros, el supuesto Pueblo de Dios, vendemos y/o alquilamos nuestros altares para que los políticos hagan mercancía de los creyentes. Permitimos el fuego extraño en nuestros altares, sin temor por las consecuencias.

Después nos quejamos y reclamamos sensatez, cuando el hombre natural nos juzga y nos encuentra culpables de connivencia con aquellos a los que no les importa otra cosa más que el poder y el dinero. Somos responsables de esa percepción que, aunque nos duela, interpreta correctamente el error que cometemos de asociarnos con los que se conducen sin temor de Dios. Compartimos los escenarios, los discursos, los anuncios y los proyectos políticos, pero no queremos ser juzgados como iguales con los que viven de la política, sirviendo a sus egos y dioses ajenos.

Dejamos que lean el libro sagrado ante auditorios que llenamos para ellos, pero nos ofendemos cuando nos señalan como cómplices necesarios de sus mentiras y engaños.

Lamentablemente, nos sumamos a una realidad que se repite a escala mundial, como ha quedado demostrado con el acompañamiento evangélico a Trump o a Bolsonaro y a todas las medidas que estos tomaron. También hemos sido socios del silencio con las aventuras militares, corporativas y genocidas de los Estados Unidos en todo el planeta. Representantes de las más importantes iglesias protestantes norteamericanas han ido al Vaticano a bendecir a los tres últimos papas. La lista es interminable.

Como si no tuviéramos problemas suficientes con la doctrina de la prosperidad, el dominionismo, con las avanzadas ecumenistas, la iglesia emergente, la Nueva Reforma Apostólica, la Palabra de fe y otras apostasías, terminamos agregados a la política. Vamos a los pies de los que históricamente han participado de cuanto chanchullo puede imaginarse contra la patria, la república, el país y sus instituciones. Habiendo conocido a Jesucristo, terminamos en la caldera del diablo.

Olvidamos que del campo de la política saldrán los perseguidores, jueces y verdugos del Pueblo Santo. Estamos alimentando a nuestros cazadores, quizás creyendo que serán ellos –y no Jesucristo- los que nos sostendrán y consolarán a la hora de la tribulación.

Otro sub-producto del “no juzgue, hermano”, que nos ha llevado a no discernir espiritualmente entre lo que es lícito y lo que nos conviene, para terminar esclavos de los enemigos declarados del Evangelio de Cristo.

¿No será hora de que revisemos nuestros liderazgos y testimonios? De guías ciegos y congregaciones permisivas solo resultan acciones y direcciones que no son de Dios.

No fuimos puestos para edificar, ampliar, mantener ni tener compañerismo con todo lo que esconde el poder terrenal: nuestro único líder resistió y venció esos malos caminos. Su Reino no es de este mundo: si no podemos entenderlo, iremos perdiendo nuestra visión de la Cruz y de lo eterno.

Perdónanos Señor, no sabemos lo que hacemos.

C.C.